martes, 18 de octubre de 2016

El Parque de la Ciudadela -17


EL ANTIGUO PASEO DE LOS OLMOS



Entrada del Zoo
Estética y diseño Una gran pajarera,  típicamente de 1800 - metálica, semicircular- poblada con diversas especies de aves, remataba la perspectiva del paseo de Álamos y daba entrada a la larga avenida de los Olmos, Paralela por el interior de la Ciudadela, y la calle Wellington. Con la presencia de animales, el Parque se incorporaba a la más pura tradición paisajista, tan antigua como el arte de los jardines.

Efectivamente, peces, aves, y algunos mamíferos daban vida i color al jardín egipcio, de 2000 años antes de C. En plena  edad media, los reyes Joan I i Martí l'Humá mantenían una colección zoológica con leones incluso en el reducido jardín del Palacio Mayor, en la plaza del Reí.

Desde siempre, planta y animales de todo el mundo venían compartiendo el espacio vital del jardín.  El jardín catalán no ha sido  una excepción. Uno de ellos, precisamente, fue el origen del Zoo de Barcelona: en 1892 el Ayuntamiento de la Ciudad compra, íntegra la colección que Luís Martí Codolar poseía en su finca del barrio de Horta. Antípodes, leones, camellos, y un elefante... El primer jardín Zoológico de Barcelona, se incorpora plenamente al Parque, manteniendo los animales siempre en jaulas. En 1956 un proyecto de reforma y ampliación con modernas y más científicas concepciones, crea nuevos habitáculos, amplios y abiertos, con rejas y barrotes, desapareciendo las primeras jaulas y el bello y elegante paseo de los Olmos.
Poco a poco los más modernos proyectos se abren paso al diseño de 1800.

 La vegetación.
Los árboles y la corteza

Los árboles, que en el resto del Parque imprimen carácter y personalidad a cada parterre -recuerda el jardín Romántico-, en cada glorieta -la de Carles Aribau- o a cada paseo - el de los Álamos o de los Tilos- que ahora se integran con el diseño, y la arquitectura y la escultura de cada unidad formando un conjunto indisoluble, representa, en cambio, en esta estrecha y alargada franja del Zoológico, o bien el papel de simples acompañantes, de reguladores de la luz y la sombra - tanto para los paseantes como para la fauna- o el de estrictas figuras ornamentales, a menudo poco integradas en el ambiente, contra el cual, fin y todo, han de protegerse físicamente: no es raro encontrar troncos enteros revestidos de una tela metálica para evitar, entre otras las mordeduras de sus huéspedes.
Pero las 45 especies de árboles que, esparcidos, pueblan esta ala del Zoo que nos ofrece, entre muchos otros, la posibilidad- también divertida- de aprender a reconocer los árboles por su tronco.  La atenta observación de cualquier corteza específica por cada clase de árbol- permite no solamente identificar la especie que tenemos delante sino también entender la riqueza y refinamiento de tonos, formas y estructuras conque es capaz de vestirse una sencilla capa vegetal de finalidades eminentemente protectoras: efectivamente,  tanto si esta estropeada sin desternimiento la corteza- con evidente riesgo de minar la fina estructura celular interna que protege generadora del crecimiento del tronco y sustentadora de la vida del árbol- como si se obstruyese la respiración- lo que sucedería al recubrir el tronco con materias no porosas- la muerte del árbol es, en los dos casos, inevitable. La corteza equivale a la piel del cuerpo humano y es, por lo tanto, una parte con vida, funciones y arquitectura propias las cuales, de una y otra manera, se manifiestan en su aspecto exterior.
 
La corteza de las tipoanas- que endoble hilera, a tramos interrumpida, enlaza por el lado derecho las dos entradas del Zoo- es marronosa, uniforme de aspecto, con fisuras verticales y transversales a la vez, numerosísimas, cortas y densas. El tronco de las palmeras datileras, en cambio- galanamente unidas delante de la Dirección- es revestido por las huellas- romboidales- de las hojas al caer, alineadas en espiral.
Las placas de la corteza de los plátanos de sombra- de perfiles fantasiosos- a menudo beis, sobre un fondo verde y amarillento, cambiante, uniformemente pálido, se desprende periódicamente convirtiendo la armadura entera del árbol- tronco, ramas y ramIllas- en una manifestación viva de dibujos y colores. Es sin duda el ornamento vegetal dominante- y puede ser por eso tan ignorada- en las calles de la ciudad. Las escamas del pino piñonero- frente a frente de las datileras- profundamente fisuradas, se desprenden irregularmente en un juego de grises, anaranjados y marrón rojo. Es marcadísimo el contraste de esta estructura con el revestimiento de la joven araucaria- al lado mismo- y más aún con las fitolacas- un poco más allá- de forma agrietada, gris verdosa, sutil y fina.
 
La variación continua casi inacabable: rugosas o lisas; exfoliables en larvas cintas- las del ciprés común y el ciprés de Lambert- o con fisuras más o menos profundas, regular o irregularmente distribuidas, delimitando placas de contornos amplios y sinuosos- los del castaño de India o más frecuentemente, de perfiles reducidos o geométricos: cuadradas las plaquetas de encinas, trapezoidales los tileros, triangulares las robinias, etc...
El paseo, por un lado y por el otro, es una auténtica galería plástica donde cada corteza- cada árbol- es un cuadro expuesto, una pequeña obra de arte.
 
 
 
 
 

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