SECCION B: Segundo nivel.
La plaza
de las ocho columnas.
De la
intimidad del jardín de los bojes (buxus), traspasada la bella portalada
coronada por dos leones y cuatro realces alegóricos a diferentes aspectos de la
realidad primaria del mundo, se acede al monumental conjunto neoclásico,
engalanado con terrazas de diferentes niveles, con el Laberinto como centro. La
reja, en efecto- era el paso obligado durante la época de esplendor del jardín-,
se abren hacia una reducida placeta- la de las ocho columnas- punto de
intersección de cinco caminos radiales abocados cada uno a una nueva
perspectiva. El verde oscurecido de las paredes de cipreses contrasta
expresivamente con los tonos pálidos y dulces- predominando el ocre- del suelo,
las paredes y el revoque de las columnas: rincón de extrema simplicidad pero
afable y placenteros como pocos.
La avenida principal, más espaciosa, aboca directamente, a modo de atajo, hacia la plaza del Laberinto y remata en el templo de Ariadna. Un entramado
metálico, a manera de pérgola, nos introduce en un camino diagonal- el cuarto- que atraviesa el segundo Nivel del jardín entre sendas y senderos diversos.
Paralelamente
al largo muro de cierre del palacio, el quinto camino converge, en una glorieta
hoy desarbolada, con el paseo de las encinas, único en elegancia a los jardines
de la ciudad.
En el
entorno de una alberca central- rectangular, de gran caudal como las más
típicas reservas de agua del país- la amplia terraza aloja los más altos y
destacados árboles del jardín. El visitante se adentra en un conjunto
paisajístico cerrado en sí mismo, con una isla de silencio, acta para el
descanso, el paseo o la simple observación durante el camino de ida y vuelta
del Laberinto.
SECCION C: Tercer nivel
El Laberinto
El
jardín, obra de arte.
El
tercer nivel- alma del gran conjunto neoclásico- tantas veces engalanado en
forma de amplia terraza, se estructura alrededor del marco inigualable de un
tono regular- verde brillante- del Laberinto. Dos avenidas laterales paralelas
y en suave pendiente, prolongaciones respectivas del paseo de las encinas del
nivel inferior y de la arteria central que surge de la plaza de las ocho
columnas, delimitan de lado a lado el bancal cuadrangular, denso, lleno de
caminos y paredes de cipreses. Un juego de cortas escalinatas- doble tramo
central y dos laterales rematados por bellos templetes- y un muro con
balaustras y jarrones ornamentales de terracota, salvan el desnivel del terreno
por el ala norte, conformando la más expresiva y colorida integración entre
diseño, arquitectura, escultura y vegetación. Las preceptivas, inagotables, que estos elementos generan,
encuentran el complemento ideal en la visión más lejana, sobre la ciudad y el
mar.
El agua,
en todo el jardín, se entre mezcla en diversas formas: como un plácido
manantial a la salida del Laberinto o como la lámina de un espejo, dentro de la
gruta, cortada por los chorros que intermitentemente caen del techo, húmedo y
pedregoso. Por arriba, en la terraza, configura el piso lustroso de cada uno de
los dos salones laterales, presididos por un realce y enmarcados entre muros
por bustos de aspecto clásico.
El
conjunto, dominado por los ocres, blancos y tostados, siempre suaves, de los
caminos, esculturas y piezas ornamentales, es plenamente envuelto por el verde
oscuro, apagado y ennegrecido, de una cenefa de viejas encinas. Paraje de
insólita luminosidad y regusto poético figuran, indiscutiblemente, entre las
más bellas escenas jardineras creadas en el país.
La orla
de encina que circundan el Laberinto, se expande masivamente- con algunos
ejemplares excepcionales de pinos piñoneros- hacia el ala de levante, llana y
de más bajo nivel, conformando un manto arbóreo, sombrío y singularísimo: intrincados
senderos curvilíneos, actualmente reseguidos de aralias, aúcubas, pittosporum y
camelias, dibujan, por debajo, un segundo y original laberinto. En la época de
esplendor del jardín, las orlas geométricas del bajo bosque- oscuro, húmedo y
fresco- eran tapizadas por cojines de musgo, numerosos y diversificados. Era el
llamado " jardín de los musgos" -, cuesta hoy imaginarlo- actualmente
desaparecido pero a la vez recuperable.
SECCION D: Cuarto
nivel
Agua y
arquitectura Culminación estética
La
escalinata monumental, originada a la salida del Laberinto a cada lado de la
gruta d'Eco i Narcis, se deshace, en clásica elegancia, en dos caminos
paralelos ampliamente escalonados, por encima de un canal del más puro
romanticismo: construido en 1853, transversalmente en la perspectiva central,
de 16 palmos de profundidad, acaba por la parte de levante entorno de una
isleta con un puente giratorio- hoy aun conservado- que permite el acceso a un
quiosco de madera, rústica, con ventanales de vidrios de colores que, hasta
hace pocos años, se erguía discretamente del bello entorno.
SECCION E:
El jardín romántico.
Al
poniente del eje central del jardín- desde el estanque superior y la fuente de la Marquesa al palacio y al
jardín de los boj- el terreno de bajada presto hasta el fondo del valle, húmedo
y fresco. Dejamos la magna creación del jardín neoclásico, fusión de
arquitectura, paisaje- agua y vegetación- y representación iconográfica del
amor plasmada en relieves, inscripciones y esculturas en una jerarquía
creciente de valores, para adentrarnos en una manera nueva de entender el
jardín, posterior en los tiempos: los caminos, casi rectilíneos y paralelos
entre sí, recorren de norte a sur- en sentido perpendicular a la pendiente,
abrupta y pronunciada- el largo bancal de terreno hasta La finca.
Nada más
dos tramos de escaleras, rústicas, los dos extremos de la zona permiten acceder
en pocos pasos al fondo del valle donde la vegetación envuelve plenamente al
paseante. Los taludes, desde la cabecera, ceden el espacio a una amplia
avenida, de aspecto duro.
Pequeños
parterres centrales de formas y tamaños adaptados a las irregularidades
topográficas, remarcan el valle entero alternándose con estanques y diferentes
formas de vegetación, la arbórea de porte excepcional. La zona, densamente
sombría- casi oscura-, respira un aire profundamente romántico. La moda de la
época y el sentimiento un poco desbocado exacerba este carácter. En efecto,
diversas realizaciones- algunas desaparecidas pero de las que queda constancia
gráfica o escrita- así lo testimonian: una copiosa cascada- la infraestructura
de la cual aún es visible-; mesas y bancos rústicos de piedra; una capillita
dentro de un tronco de un árbol; un falso cementerio con lápidas y sarcófagos y
una ermita- aún existentes- con un monje
en el interior, reproducido a medida natural, meditando, delante de una
calavera. El jardín romántico, con alegorías al trabajo, a la religión y a la
muerte, proponían una severa reflexión después de la magna representación del
amor y de la vida plasmada en el jardín neoclásico.
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