miércoles, 20 de agosto de 2014

LABERINTO DE HORTA (BARCELONA 10)


SECCION B: Segundo nivel.

La plaza de las ocho columnas.
    
De la intimidad del jardín de los bojes (buxus), traspasada la bella portalada coronada por dos leones y cuatro realces alegóricos a diferentes aspectos de la realidad primaria del mundo, se acede al monumental conjunto neoclásico, engalanado con terrazas de diferentes niveles, con el Laberinto como centro. La reja, en efecto- era el paso obligado durante la época de esplendor del jardín-, se abren hacia una reducida placeta- la de las ocho columnas- punto de intersección de cinco caminos radiales abocados cada uno a una nueva perspectiva. El verde oscurecido de las paredes de cipreses contrasta expresivamente con los tonos pálidos y dulces- predominando el ocre- del suelo, las paredes y el revoque de las columnas: rincón de extrema simplicidad pero afable y placenteros como pocos.
 
La avenida principal, más espaciosa, aboca directamente, a modo de atajo,         hacia       la           plaza del Laberinto y remata en el templo de Ariadna. Un entramado
metálico, a manera de pérgola, nos introduce en un camino diagonal- el cuarto- que atraviesa el segundo Nivel del jardín entre sendas y senderos diversos.
 
Paralelamente al largo muro de cierre del palacio, el quinto camino converge, en una glorieta hoy desarbolada, con el paseo de las encinas, único en elegancia a los jardines de la ciudad.
En el entorno de una alberca central- rectangular, de gran caudal como las más típicas reservas de agua del país- la amplia terraza aloja los más altos y destacados árboles del jardín. El visitante se adentra en un conjunto paisajístico cerrado en sí mismo, con una isla de silencio, acta para el descanso, el paseo o la simple observación durante el camino de ida y vuelta del Laberinto.
SECCION C: Tercer nivel

El Laberinto

El jardín, obra de arte.

El tercer nivel- alma del gran conjunto neoclásico- tantas veces engalanado en forma de amplia terraza, se estructura alrededor del marco inigualable de un tono regular- verde brillante- del Laberinto. Dos avenidas laterales paralelas y en suave pendiente, prolongaciones respectivas del paseo de las encinas del nivel inferior y de la arteria central que surge de la plaza de las ocho columnas, delimitan de lado a lado el bancal cuadrangular, denso, lleno de caminos y paredes de cipreses. Un juego de cortas escalinatas- doble tramo central y dos laterales rematados por bellos templetes- y un muro con balaustras y jarrones ornamentales de terracota, salvan el desnivel del terreno por el ala norte, conformando la más expresiva y colorida integración entre diseño, arquitectura, escultura y vegetación. Las preceptivas,  inagotables, que estos elementos generan, encuentran el complemento ideal en la visión más lejana, sobre la ciudad y el mar.

El agua, en todo el jardín, se entre mezcla en diversas formas: como un plácido manantial a la salida del Laberinto o como la lámina de un espejo, dentro de la gruta, cortada por los chorros que intermitentemente caen del techo, húmedo y pedregoso. Por arriba, en la terraza, configura el piso lustroso de cada uno de los dos salones laterales, presididos por un realce y enmarcados entre muros por bustos de aspecto clásico.

El conjunto, dominado por los ocres, blancos y tostados, siempre suaves, de los caminos, esculturas y piezas ornamentales, es plenamente envuelto por el verde oscuro, apagado y ennegrecido, de una cenefa de viejas encinas. Paraje de insólita luminosidad y regusto poético figuran, indiscutiblemente, entre las más bellas escenas jardineras creadas en el país.

La orla de encina que circundan el Laberinto, se expande masivamente- con algunos ejemplares excepcionales de pinos piñoneros- hacia el ala de levante, llana y de más bajo nivel, conformando un manto arbóreo, sombrío y singularísimo: intrincados senderos curvilíneos, actualmente reseguidos de aralias, aúcubas, pittosporum y camelias, dibujan, por debajo, un segundo y original laberinto. En la época de esplendor del jardín, las orlas geométricas del bajo bosque- oscuro, húmedo y fresco- eran tapizadas por cojines de musgo, numerosos y diversificados. Era el llamado " jardín de los musgos" -, cuesta hoy imaginarlo- actualmente desaparecido pero a la vez recuperable.
 

SECCION D: Cuarto nivel
Agua y arquitectura Culminación estética
La escalinata monumental, originada a la salida del Laberinto a cada lado de la gruta d'Eco i Narcis, se deshace, en clásica elegancia, en dos caminos paralelos ampliamente escalonados, por encima de un canal del más puro romanticismo: construido en 1853, transversalmente en la perspectiva central, de 16 palmos de profundidad, acaba por la parte de levante entorno de una isleta con un puente giratorio- hoy aun conservado- que permite el acceso a un quiosco de madera, rústica, con ventanales de vidrios de colores que, hasta hace pocos años, se erguía discretamente del bello entorno.
 Lugar galante y sombrío, envuelto de vegetación afable al abasto de las flechas capciosas lanzadas por el dios del Amor- desde el centro del Laberinto...
 Traspasado el puente, envuelta de vegetación, la escalinata se enfila de nuevo, entre jarrones, bustos y balaustras, hasta el pabellón superior, de líneas clásicas y severas. Dos armónicos peristilos laterales culminan en un grupo escultórico con singulares relieves e inscripciones latinas alusivas al arte y a la naturaleza. Aún marco estético incomparable, el estanque difiere bien poco, en esencia, de la típica alberca- o balsa- de cualquier masía catalana, obligado depósito de agua a causa de las condiciones climáticas del país.
 Hasta la fuente de la Marquesa, idealizada en una ninfa al pie del manantial, el terreno continúa plano hasta perderse en un bosque circundante, en marcada pendiente. Desde la cima del jardín, como en los modelos italianos que le sirvieron de inspiración, las perspectivas- inacabables y heterogéneas a lo largo de los caminos- se proyecta tanto hacia el propio parque como al paisaje exterior, medio urbano medio natural.

SECCION  E:
El jardín romántico.
Al poniente del eje central del jardín- desde el estanque superior y  la fuente de la Marquesa al palacio y al jardín de los boj- el terreno de bajada presto hasta el fondo del valle, húmedo y fresco. Dejamos la magna creación del jardín neoclásico, fusión de arquitectura, paisaje- agua y vegetación- y representación iconográfica del amor plasmada en relieves, inscripciones y esculturas en una jerarquía creciente de valores, para adentrarnos en una manera nueva de entender el jardín, posterior en los tiempos: los caminos, casi rectilíneos y paralelos entre sí, recorren de norte a sur- en sentido perpendicular a la pendiente, abrupta y pronunciada- el largo bancal de terreno hasta La finca.
Nada más dos tramos de escaleras, rústicas, los dos extremos de la zona permiten acceder en pocos pasos al fondo del valle donde la vegetación envuelve plenamente al paseante. Los taludes, desde la cabecera, ceden el espacio a una amplia avenida, de aspecto duro.
Pequeños parterres centrales de formas y tamaños adaptados a las irregularidades topográficas, remarcan el valle entero alternándose con estanques y diferentes formas de vegetación, la arbórea de porte excepcional. La zona, densamente sombría- casi oscura-, respira un aire profundamente romántico. La moda de la época y el sentimiento un poco desbocado exacerba este carácter. En efecto, diversas realizaciones- algunas desaparecidas pero de las que queda constancia gráfica o escrita- así lo testimonian: una copiosa cascada- la infraestructura de la cual aún es visible-; mesas y bancos rústicos de piedra; una capillita dentro de un tronco de un árbol; un falso cementerio con lápidas y sarcófagos y una ermita- aún existentes-  con un monje en el interior, reproducido a medida natural, meditando, delante de una calavera. El jardín romántico, con alegorías al trabajo, a la religión y a la muerte, proponían una severa reflexión después de la magna representación del amor y de la vida plasmada en el jardín neoclásico.
 
 
 
 

 

 

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