La inercia
ciudadana y el transcurso de los años forzaron, poco a poco, romper este
carácter unitario, marcadamente del siglo XVIII, del dibujo original de los
jardines. Un reducido Zoológico fue la causa detonante.
Con el proyecto de reforma y
ampliación de 1956 un nuevo hábitat aparcen -modernos habitáculos para grandes
animales en libertad - que obliga a ocupar, y a cerrar, una considerable
extensión del Parque.
¿Qué hacer entonces de un paseo, con
bordillo y calzada central pavimentada, que iba a morir a la tapia de unas
nuevas instalaciones? La nueva
remodelación, actual, soluciona airosamente el problema: nace un conjunto
armónico del enlace, no siempre feliz, de dos épocas próximas pero bien
diferentes: la moderna y la de 1800.
La vegetación.
Los álamos y los
bosques de ribera
Homenaje a la Exposición de 1988, con relieve de Antonio Clave
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En casi toda Europa, desde el norte
de Rusia hasta Asia Menor, siguiendo incluso los territorios norte -africanos,
donde las aguas de los ríos, de los grandes valles corren abundantes y placidas,
encontramos, casi siempre en estado silvestre, bosques de ribera, caducifolios,
muy parecidos entre sí. Las especies dominantes son siempre las mismas: álamos,
olmos, sauces y algunos fresnos y chopos. Las cabeceras de los álamos,
esbeltas, emergen del conjunto destacando por sus tonos plateados, más o menos
impresionantes según la fuerza del viento: cada hoja, verde oscuro por arriba
pero blanca y pilosa por el revés se pega a las ramas por un largo y estilizado
peciolo que lo mece al más leve impulso del aire. Combinaciones infinitas, de
tonos oscuros y plateados se suceden continuamente. Es el que, con pocas
diferencias vemos en la avenida de los Alvers de la Ciudadela si levantamos los
ojos hacia las cabeceras.
A nivel de suelo, en cambio, los álamos
silvestres de toda Europa están sometidos, por el lugar natural que ocupan, a
frecuentes vaivenes de agua, con fuerza devastadora. El bajo bosque, por tanto,
es irregular, cambiante y mayormente herbáceo. Arboles prominentes y mantel de
plantas tiernas debajo. Imagen próxima del moderno aspecto de la avenida que
del primitivo diseño del Parque del siglo XVIII, con los bordillos sobre el
nivel de la calzada, más acto para el paseo y el lucimiento personal que para
la tranquilidad, el silencio y lucimiento estético.
Hacia otro conjunto del Parque, por otro lado, nos ofrece a lo largo del
año bastante diversidad de cambios, de formas y de colores: la explosión de los
brotes florales hacia el mes de marzo- verdosos los de los pies femeninos y
rojizos los de los masculinos- recubren hasta la más pequeña rama de una capa
abellotada (estambres, estigmas y otras piezas de soporte) que deja paso, una
vez desarrolladas las flores, a la explosión de las hojas. Ya de menudas se
mueven a la más suave brisa del aire, alternativamente, el verde oscuro de un
lado a la cara plateada del otro. Bien entrada la primavera, maduros los
frutos, se abren uno por uno. El ambiente, entonces, queda lleno de copos
algodonados- cada uno envolviendo una minúscula semilla- que por los impulsos
del viento pueden aterrizar a decenas de kilómetros de distancia. Sauces,
chopos y álamos, integrados en una misma familia botánica, se expanden de
idéntica forma.
Hasta en otoño, con la caída de la
hoja, no se acaba el juego perseverante, continuo- fascinante- jugando con la
luz y la sombra, con las hojas de tonos blancos y oscuros. Todo el volumen del
follaje, abocado anualmente en la tierra es una carga para los jardineros
cuidadores del Parque. Natural, es una riqueza de valor incalculable para las
alamedas silvestres que viven en toda Europa. Estas, como es lógico comprender,
se han de nutrir y mantener de ellas mismas. Y el agua y la materia orgánica-
hojas y ramas descompuestas- son los principales elementos. Las otras alamedas,
como la del paseo del Parque, artificiales, lejos de los cursos del agua, son
mantenidas por el hombre. Fuera de su ambiente, el álamo- al igual que gran
número de especies vegetales- tolera y es capaz de resistir toda clase de
privaciones, hasta ambientes de cierta aridez. En estas circunstancias, o bien
no se reproducen o si lo hace, no con la frecuencia y facilidad que en las
orillas de los ríos.
El hombre diseña jardines, y
estructura paseos y avenidas con especies de ámbitos ecológicos hasta
antagónicos respecto al lugar donde trabaja. Consigue así efectos estéticos
insospechados, al tiempo que crea una belleza diferente de la que aflora del
paisaje natural- donde las plantas viven en estado silvestre. Pero no solamente
un tipo de paisaje interfiere con el otro sino que los dos, con un sentido
biológico profundamente distinto, están igualmente a nuestro alcance.
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